En el artículo anterior (7 Características de la generación Z) hemos compartido nuestra pregunta en cuestión: ¿Cómo captar la atención de esta nueva generación? Arrancamos haciendo una breve descripción de algunos aspectos esenciales de los nativos digitales, luego explicamos el aspecto bíblico-teológico, para saber qué dice la Biblia sobre el discipulado y hoy queremos compartirles las aplicaciones prácticas.
Un hermano teólogo bien me explicó que “estamos a dos generaciones de que se pierda los valores de la fe que hemos aprendido”. Explico mejor esta idea: si vos te convertiste al cristianismo, experimentas con pasión y notas un “antes y después” en tu nueva vida tus hijos no van a vivir tanto ese “cambio”, ellos ya van a heredar una fe cristiana y muchas cosas lo seguirán practicando por costumbre, más que por convicción. Si de parte de los padres no hubo una buena instrucción de la fe, el hijo a lo sumo será comprometido como sus padres, muchos serán nominales, o sea, dicen que son, pero no viven como tal y un grupo se apartará totalmente. Ni nos imaginamos con los nietos, porque aún será mucho más si no hubo un trabajo intencional con sus vidas.
Con la descripción bíblica-teológica pudimos llegar a 3 conclusiones por el momento: Lo primero, que el discipulado implica una relación personal, no se trata de mera transmisión de información, sino algo más profundo y relacional. Lo segundo, que se requiere de un aprendiz, y aunque esto parezca obvio, nos referimos a que la persona a ser “discipulado” esté abierta a crecer, aprender e ir caminando a lado del discípulo. Y tercero, que no hay una edad, forma o mecanismo perfecto. Puede variar mucho dependiendo de la situación, las personas y otros factores.
Unos padres siendo parte
Bien lo explica Lucas Leys en este punto: “La iglesia no es la principal responsable de la educación de la fe de la iglesia, son los padres”. Por todo el gran trabajo de la Escuela Dominical, se ha tercerizado el discipulado a la iglesia, que debería ser un complementario, pero no ser los principales responsables, porque allí sigue siendo la familia.
Si viven en la casa aún, debería ser una tradición sana tener un altar familiar una vez o cada quince días a la semana. Otra ocasión podría ser la de enseñar por medio de las fiestas, cumpleaños. Esto era una práctica muy común en el pueblo judío y por eso encontramos que había tantas fiestas. Eran oportunidades de enseñar a los más chicos y de compartir entre los miembros más grandes.
Impartir palabras de afirmación desde la pre-adolescencia debe ser un hábito natural y “obligatorio” de los padres hacia sus hijos. Darle confianza y palabras de aliento, antes que de rechazo y/o menosprecio. En cambio, cuando vayan creciendo, hacerles saber que ya se están convirtiendo en hombres/mujeres, y eso no solo con palabras, sino con acciones que refuercen que se confía en ellos.
Se sobreentiende que cuando más van creciendo los chicos, más autonomía van adquiriendo y pareciera ser que los padres “pierden participación” en sus vidas. Pero hay muchas formar de seguir siendo parte dentro de los grupos juveniles.
Los padres pueden ser partícipes activos dentro de los grupos juveniles de las iglesias, ya sea ayudando con el traslado, ya sea integrando los comités u ofreciendo refrigerios al terminar sus reuniones.
Un liderazgo situacional
Cuando hablamos de un liderazgo juvenil, o de un maestro de jóvenes inmediatamente nos imaginamos un prototipo de líder: Una persona joven, extrovertida, buena en deportes, chistosa, conocedora de la Biblia, conocedora de la cultura juvenil, con carisma y, para completar, que pueda tener un vehículo para el traslado de los jóvenes. Grave error que yo mismo he tratado de cumplirlo y me he sentido frustrado al no alcanzarlo.
Nuestro problema viene a ser cuando tratamos de llegar a una gran variedad de jóvenes de distintas generaciones, de una misma manera y no se considera sus diferencias. Por ejemplo, con los pre-adolescentes (11-12 años) se necesita ser altamente un motivador, Buscan altamente el lado relacional con lo pragmático, ya que aún no puede desempeñarse de forma autónoma. Atendiendo que es la típica etapa donde ya no se sienten niños y quieren ser grandes, pero sin responsabilidades.
En cambio, con los adolescentes (13 a 17 años) el líder o maestro necesita ser mucho más democrático, aquí el consenso y el equilibrio son fundamentales. Esta etapa se centra más en las relaciones; el estilo de liderazgo basado en las personas es altamente afectivo.
Mientras que con los jóvenes (18 a 25 años) buscan autonomía, sin necesidad de que el líder les esté diciendo paso por paso lo que deben hacer. Es una edad donde no buscan tantas estructuras sino desarrollar su propia perspectiva de fe, separándola del grupo; es por eso que el líder tendrá que ser alguien quien oriente su fe, preparado para manejar mayores discusiones teológicas, pero permitiendo que quiten su propia conclusión.
Una iglesia acompañando
Como vamos viendo, el trabajo del discipulado no debería recaer en solo una persona (típicamente el líder juvenil) sino que debe ser responsabilidad de la familia e iglesia. Para eso se requiere tanto de estructuras saludables; como la coordinación entre los ministerios de niños con adolescentes y jóvenes.
También la de preparar adultos maduros, que estén dispuestos a mentorear a los más jóvenes, en especial cuando hay chicos que vienen huérfanos en la iglesia, allí es donde como familia de fe, necesitamos “recogerles” como padres espirituales.
Agregando a esto, como se mencionó en la descripción de la generación Z; más que nunca necesitan los jóvenes de acompañamiento personal, alguien que se ofrezca a oírlos antes que regañarles. Para eso solamente faltan personas con oídos y tiempo para ofrecerles.
Conclusión
El desafío de discipular a la nueva generación Z es grande, sin embargo, esta tarea no debe recaer en una sola persona, sino más bien en un trabajo en conjunto entre aquellos que trabajan a nivel ministerial-educacional, los padres y la iglesia acompañando y creando espacios para que esto sea propicio. La gran comisión se trata de hacer discípulos, y eso se inicia en la casa, en la iglesia y con el próximo.