Palabras claves: Hechos, Espíritu Santo, persecución, iglesia.
La iglesia en y después de la pandemia ha pasado por muchos cambios drásticos y traumáticos. El simple hecho de pausar por obligación sanitaria los cultos y encuentros presenciales en la familia de fe, tuvo y tiene un impacto muy fuerte. El aislamiento social obligatorio ha causado en no pocos casos un aislamiento espiritual de la familia de fe. Escuchamos testimonios de que una parte de la membresía ya no apareció más cuando se abrieron nuevamente las puertas a los eventos presenciales.
Pero más allá de estos cambios estructurales o de organización, la pandemia ha ocasionado traumas de pérdidas muy fuertes. Martínez Camino describe específicamente la desesperación traumática causada por la pandemia, cuando dice: El sufrimiento de tantas personas y de tantas familias, causado por la enfermedad y la muerte; las tensiones que se originan tanto por los aislamientos domiciliarios, como por las impuestas distancias físicas en la vida ordinaria; las angustias aparejadas a la pérdida del trabajo, a la quiebra de los negocios, a la escasez y la pobreza sobrevenidas y al incierto futuro social y económico; todos ellos, y otros, son factores capaces de inducir no solo trastornos psíquicos, como la depresión, sino también algo más temible aún como la pérdida grave o total de la esperanza: el desengaño o la desesperación (Martínez Camino, 2021, pág. 25).
Los psicólogos nos enseñan que las experiencias traumáticas conllevan en muchos casos cambios importantes en la espiritualidad y en la filosofía de vida (cf. Fajardo, 2020, pág. 87). El cambio paradigmático que causó la pandemia podría ser, lo que Martínez Camino denomina el fin de la fe en la ideología del progreso, y lo sintetiza como sigue: La pandemia global de 2020 confronta a nuestra generación con una inédita vulnerabilidad global. La globalización —que ha vehiculado la pandemia— viene marcada hasta ahora por la ideología del progreso, según la cual, el mundo global —producido por el hombre, por su ciencia y por su técnica— en virtud de una supuesta ley inmanente de la historia humana, acabará por ser el reino de la razón y de la libertad completas, el cielo que la religión proyectaba indebidamente a otro mundo. (Martínez Camino, 2021, pág. 25s).
Aunque la pandemia del Coronavirus tiene sus características únicas, al mismo tiempo podemos observar a lo largo de la historia de la iglesia, que los seguidores de Cristo han pasado por muchas experiencias traumáticas de gran impacto y que la presencia de Dios en medio de su pueblo se manifestó de manera muy sorprendente justamente en medio de la vulnerabilidad de la familia de fe. Esto nos indica, que las experiencias traumáticas pueden convertirse en oportunidades de aprendizaje y crecimiento, si las enfrentamos desde la perspectiva de la fe en Cristo, quien se encarnó justamente en nuestra vulnerabilidad humana. En este aporte quiero analizar desde esta perspectiva el ejemplo de la iglesia primitiva, como se lo describe en los capítulos 6 – 15 del libro de Hechos de los Apóstoles.
Queremos observar, cómo el movimiento nuevo, que se había originado en pentecostés, sufrió la oposición y luego también la agresión de los tradicionalistas del judaísmo. Todo esto se manifestó en una experiencia traumática de persecución y de martirio, demostrando la vulnerabilidad de la iglesia nueva y joven. Y justamente en este entorno, Lucas nos describe en el libro de los Hechos, como el Espíritu Santo usó estas adversidades para afianzar a la iglesia en su perfil, visión y misión, transformando así las amenazas en oportunidades.