Hay muchas respuestas que se podrían ofrecer a la pregunta del punto de partida para el estudio teológico. Podríamos mencionar la lectura de la Biblia y libros de teología, congregarse en una iglesia, dialogar con otras personas sobre preguntas e ideas, seguir el blog de un teólogo, inscribirse en una facultad de teología, etc. En este articulo quiero expresar el punto de partida de la reflexión teológica en términos metodológicos. Voy a partir del supuesto que el cómo es igual de importante que el qué y el por qué estudiar teología. Es por eso que considero necesario ofrecer una evaluación crítica de algunos paradigmas influyentes de reflexión teológica.
¿Estudiar teología o hacer teología?
Cuando hablo de “estudiar teología”, quisiera conectarlo no simplemente con “consumir teología”, es decir, leer, memorizar, aprender o conectar ciertas doctrinas relacionadas a la fe cristiana. Si bien el conocimiento del contenido bíblico y de la tradición cristiana es esencial para la tarea teológica, quiero enfocar esa tarea como un diálogo continuo con las Escrituras, la iglesia y el mundo; como un acto no tanto pasivo sino vivo, dinámico y colaborativo. En este sentido, el estudio de la teología es solamente un aspecto del quehacer teológico, que, además, también aspira a identificar, interpretar, interactuar con y transformar situaciones de vidas reales.
La invitación, entonces, es a participar en la producción teológica (y no solamente en la re-producción teológica), independientemente de la naturaleza o magnitud del proyecto, o de la trayectoria, trasfondo, experiencia y contexto social de los investigadores/teólogos. Porque además de ser herederos de grandes ideas del pasado, también somos agentes empoderados por el Espíritu de Cristo para “hablar de Dios” a y en medio de contextos específicos. Así como el estudiar y el hacer teología deberían ser elementos inseparables, así también la “vida útil” de la teología no se remonta a tiempos pasados, sino que se extiende al presente y al futuro.
Diversidad en los acercamientos teológicos
Parte de ese desafío es crear y ser partícipes de un modo de estudiar/hacer teología que promueve alternativas a aquellos paradigmas que reducen la reflexión teológica a un ejercicio mental abstracto, divorciada del resto de la vida, y reservada para una cierta élite intelectual. Consecuentemente, una de las prioridades consiste no solamente en conocer las doctrinas esenciales del cristianismo, sino también en re-evaluar lo que implica hacer teología y materializarlo de manera concreta en la confección de monografías, trabajos de grados, sermones, clases, etc. Para alguien interesado en estudiar/hacer teología, todo esto implica familiarizarse e interactuar críticamente con modelos existentes de reflexión teológicas. Consciente del riesgo de simplificar temas muy complejos, es precisamente eso lo que quisiera hacer en el resto de este artículo.
El modelo académico predominante
En este modelo, la teología se aprecia en su relación al cristianismo como fenómeno histórico. Se nos invita a ser teólogos interesados en la objetividad de la modernidad, con las sensibilidades pluriculturales de la post-modernidad. Es decir, como teólogos académicos, nos dedicamos a conocer la religión judeocristiana, pero vacilamos en promover esa visión de vida social, considerada a veces demasiado arcaica. Nuestro aporte teológico es descriptivo, y solamente de vez en cuando cuidadosamente prescriptivo. La meta es invitar y no forzar.
¿Cómo podemos evaluar esta propuesta? Por un lado, es importante ser humilde y no transportar prematuramente el mundo de la Biblia al mundo actual. Sin embargo, también es importante encontrar la valentía que está al alcance a individuos crucificados y resucitados con Cristo y empoderados con su Espíritu para discernir, contextualizar y extender las promesas y posibilidades de la “vida abundante” en Jesús.
El modelo “evangélico”
Creo que la mayoría de los evangélicos en Latinoamérica estamos más familiarizado con este acercamiento, en el cual la reflexión teológica tiende, al menos en parte, (a) servir la transmisión de conocimientos bíblicos y doctrinales o (b), a ser instrumentalizada para influir religiosa y moralmente en nuestra sociedad.
Con el primer caso no estoy sugiriendo que el conocimiento de las doctrinas no sea importante; ni siquiera como un bien sí mismo: el estudio de la teología tiene un valor inherente (independiente de sus funciones o beneficios adicionales).
Lo que simplemente quiero resaltar es mi preocupación sobre la imagen que a veces hemos transmitidos en nuestras iglesias acerca de lo que implica hacer teología: para simplificar un poco, consiste en reavivar debates irrelevantes, conocer ciertos datos extraños del imperio romano, manejar las diferentes posturas del millenialismo. Creo que este tipo de teología, al excluir a personas y problemas reales del proceso teológico, puede comunicar una imagen estéril de lo que implica hacer teología hoy (ya que el énfasis está en el repetir lo que ya se ha dicho). Esta no es la mejor forma de equipar al cuerpo de Cristo a considerar su fe como un lente interpretativo de la vida. Este cognitivismo es además una respuesta insatisfactoria a la irrupción de Dios en la historia: como teólogos, lo que hacemos no es simplemente conocer o entretenernos intelectualmente. Más bien, nuestro reflexionar y nuestro hablar debería resemblar, al menos en parte, el “renquear” de Jacob tras su encuentro con Dios, o, para usar el lenguaje de Pablo, unirse a los “gemidos indecibles” de creyentes en anticipación de la nueva creación. (Rom. 8:19-23).
Con el segundo caso no estoy diciendo que no tengamos una función de ser “sal y luz” en el mundo; solo que nos encontramos ante la necesidad de re-evaluar lo que esto significa.
En mi observación, aunque muchas veces se emplea un enfoque individualista y dualista (entre lo espiritual y lo secular), la selección de los cambios sistémicos que sí son propuestos pareciera ser arbitraria y carente de reflexión teológica. Además, esa reflexión (o, mejor dicho “reacción”) teológica puede ser abaratada si es impulsada primordialmente por el miedo de perder el poder o la influencia en la sociedad.
Aunque hay muchos aspectos valiosos que podemos preservar de nuestras tradiciones, estamos ante la constante necesidad de examinar el rol de la reflexión teológica en nuestra interacción con la cultura. Específicamente, creo que debemos aprender un vocabulario menos predecible y una postura mas paradójica; ojos abiertos al mover inesperado del Espíritu y un peregrinaje colectivo cuyo objetivo primario no es ni la retracción ni el combate. La Biblia y los distintivos denominacionales son importantes. También se puede argumentar que la teología tiene un rol legítimo en preservar la sociedad, o defender la fe para la edificación de la iglesia. Sin embargo, creo que es posible amar a la Biblia y a la tradición cristiana sin convertirnos en iglesias irrelevantes o combativos.
Conclusión
Aprendiendo de estos y otros acercamientos no mencionados, pero sin limitarnos a los mismos, ¿podríamos ser parte de un paradigma teológico que de-centraliza la reflexión teológica y que está al servicio de la misión integral de la iglesia en Latinoamérica? Esta sería una teología…
- práctica y sofisticada
- sumisa y liberadora
- inconclusa y en camino hacia la coherencia
- partícipe del lamento y amiga de la esperanza
- comprometida con la verdad y lleno de gracia
- conectada a un núcleo espiritual y dirigida por un drama cósmico
- humilde ante la historia y forjadora de una imaginación santificada
- una teología arraigada en las Escrituras y en nuestros contextos locales
- amante del bienestar holístico de paraguayos/as y de la tierra que nos nutre,
- y subversiva y reconciliadora ante los diversos aspectos que condicionan ese bienestar
¿Qué significaría apreciar el rol de la teología en ayudarnos a pensar, imaginar, sentir, actuar y ser discípulos en la totalidad de nuestras vidas? Porque de esto se trata; de discernir y promover la buena voluntad de Dios, su verdad y belleza; la promesa de vida abundante en Jesús.