No mucho atrás, en la iglesia me pidieron hablar de ‘María la madre de Jesús’. No sabía que encontría tanto que aprender de ella. Se pudiera hacer un extenso estudio de todos los pasajes que la mencionan, pero esta reflexión se limitará al texto de Lucas 1, el pasaje del anuncio de su embarazo y su oración a Dios. ¿Qué podemos aprender de María como madre de Jesús? Ciertamente todavía no había nacido su hijo, ella acababa de enterarse que tendría uno. Pero, aun así, es posible encontrar en el texto bíblico algunas cosas esenciales en su manera de responder y actuar ante esta noticia. Es siempre interesante hablar de María en contextos evangélicos, por obvias razones, es como un tema o una persona que queremos evitar para no entrar en conflictos quizás. Sorprendentemente la Biblia no nos dice mucho de dónde venía María o a que se dedicaba, sino se limita a darnos algunas características sencillas las cuales queremos observar a continuación.
Según Lucas 1: 26-38, María fue una joven mujer que vivió en la pequeña ciudad Nazaret, viviendo en condiciones humildes como ella misma nos relata. Estaba comprometida con José, todavía no estaban casados, ni vivían juntos. Entonces ella estando en su casa, probablemente en medio de sus quehaceres diarios, un ángel se le apareció. Es el ángel Gabriel que le anuncia que ella tendrá un hijo que será el Mesías esperado del pueblo Israel. Esto se convertiría en el anuncio más importante en la historia del mundo, pero no vino con trompetas y truenos, sino en un sencillo hogar de Nazaret, anunciado a una joven mujer.
Es muy interesante notar las diferencias entre el anuncio a Zacarías que Lucas relata en el capítulo anterior. A Zacarías, siendo sacerdote, se le dice que no tema. Mientras que a María se le saluda con “muy favorecida”. Además, María no expresa incertidumbre o duda, aparentemente, en respuesta al anuncio porque no se queda muda como Zacarías, sino que felizmente se va a visitar a su pariente. Eso nos indica un poco de la imagen que tenía María de Dios, como también de sí misma. Como el ángel termina su anuncio “para Dios no hay nada imposible”. María está convencida de eso, que ella siendo virgen tendría un hijo como también su pariente de avanzada edad.
Eso me recuerda de alguna manera a la respuesta de Isaías (ver Is. 6) ante la presencia de Dios, diciendo “heme aquí, envíame a mí”. Aunque María no tuvo contacto directo aquí con la presencia de Dios, fue el mensaje que Dios le mandó, igualmente fuerte, para que ella responda con “hágase conmigo como has dicho”. En el ejemplo de María vemos entrega total y confianza en Dios. Además, Elisabeth termina diciéndole, “bendita tú que has creído”. Lo único que se resalta aquí de María, es su fe en Dios o confianza en que Dios cumplirá, así como había dicho.
Viendo la reacción de María al anuncio del ángel, quisiera relacionarlo también con la oración que hace María en respuesta a Dios. En Lucas 1: 46-55 encontramos esta oración que también es conocida como el Magnificat de María. Presenta varias similitudes con la oración de Ana en el templo que encontramos en 1 Samuel 2:1-10, cuando Dios también había hecho lo imposible, que una mujer estéril dé a luz un bebé. Este bebé luego llegaría a ser el último profeta en guiar al pueblo Israel antes de tener su primer rey.
María empieza a adorar a Dios mediante esta oración. Es muy inspirador ver que María no se lamenta por el sacrificio que tendría que hacer, sino todo lo contrario. Es más, para María es un privilegio. No se habla de un posible “burn out” o preocupación sobre si saldrá todo muy bien, sino exaltación a Dios por su bondad y misericordia. Se dirige a Dios como su salvador, y no solo salvador de ella María misma, sino de todo el pueblo, el Mesías esperado.
Primero ella alaba la misericordia de Dios. Dice “mi alma glorifica a Dios”, todo su ser estaba lleno de alabanza a Dios. Ella se regocija en Dios, porque Dios se ha fijado en ella, su humilde sierva. Por eso ella será alabada en las naciones, no adorada por sus características, sino porque en ella Dios demostró que Dios elige para realizar su poderoso plan, en muchas ocasiones, a los menos favorecidos social y culturalmente.
Segundo alaba a Dios todopoderoso. Alaba a Dios, porque usa a los humildes mientras a los poderosos los derroca de sus tronos. Dios no hace su plan con los ricos o los soberbios, sino con los que le temen. Además, dice que saciará a los hambrientos, que me recuerdan a las palabras de Jesús “yo soy el pan de vida”.
Tercero alaba su fidelidad con su pueblo Israel. Lo que pasa con María no es un hecho singular con una sola persona, sino un obrar de Dios que viene de generaciones, como ella misma lo dice. Ella formará solo una parte en la obra de Dios con la humanidad, un pedacito, entre los siglos de espera del pueblo por su Mesías, y un futuro donde toda raza y nación alabará a Dios.
Concluyendo, recordamos a María como ejemplo de fe, confianza y obediencia a Dios. A pesar de que las circunstancias parezcan imposibles, para Dios no lo son. Recordemos, que Dios trabaja en generaciones y que nosotros somos solamente una parte en toda su obra. Recordemos, alabarle a Dios por su fidelidad siempre, por lo que nos ha hecho y por lo que hará después de nosotros.