Sobre el Autor…
Filipenses, una vida triunfante: un comentario exegético y práctico, es un libro escrito por la Dra. (H.C.) Elfriede Janz de Verón, quién es madre de cuatro hijos y esposa del pastor Juan Silverio Verón. Realizó sus estudios teológicos en el Instituto Bíblico Asunción, en el Seminario Internacional de Buenos Aires y en el Mennonita Brethren Biblical Seminary de Fresno, California. En este instituto se graduó con el título de Máster en Nuevo Testamento y obtuvo un doctorado con Honoris Causa, otorgado por la Universidad Evangélica del Paraguay.
Camino a la unidad (Filipenses 2:1-11)
Algo que debemos tener presente es el hecho de que un arma bastante eficaz por parte de Satanás para impedir el avance del evangelio aquí en la tierra es sembrar la desunión entre los creyentes. Ha usado esta arma desde tiempos muy antiguos y la sigue usando con gran eficacia en este tiempo. La obra de Cristo a raíz de esto sufre mucho cuando en una iglesia se manifiestan las obras de la carne como lo pueden ser (celos, rivalidades y egoísmo), las cuales son cosas que nos llevan a una falta de armonía, comprensión y de unidad.
Por lo tanto, es la humildad y la unidad la que nos lleva a la victoria en la vida cristiana y en nuestras relaciones dentro de la iglesia.
I. Bases para la unidad (Fil. 2:1)
A. La experiencia de recibir ayuda y consuelo.
La palabra griega que se usa aquí para (consuelo) es (paraklesis) y su significado es (estímulo, ayuda, consuelo). Los creyentes de Filipos y todos nosotros hemos experimentado en repetidas ocasiones la ayuda y el consuelo de nuestro Señor, ya sea a través de la lectura bíblica, de una canción, o de alguna palabra de aliento de un amigo.
También podemos ver que la expresión “si hay” no nos refleja inseguridad o duda en cuanto a si han recibido ayuda y consuelo o no. Más bien es un hecho que les debería llevar a una actitud y a un accionar de acuerdo a esta ayuda recibida. En otras palabras sería (ya que ustedes recibieron esta ayuda, esto debería llevarles a convivir en forma armónica y en unanimidad con los hermanos). Por lo tanto, la ayuda, la fortaleza y el consuelo recibido del Señor, nos debería impulsar a ayudar y animar también a los otros.
B. La experiencia de recibir amor.
De nuevo vemos el “si” condicional, aquí no nos manifiesta una duda a si han recibido amor o no, sino es una experiencia que ellos han tenido abundantemente. Ya que ellos experimentaron el amor de Cristo, esto les debería animar a manifestar este mismo amor en su relación con los demás. Como hijos de Dios, lo que más nos ha impresionado es el gran amor de Cristo hacia nosotros. Conocemos nuestras debilidades y sabemos cuántas veces ofendemos a nuestro Señor y no vivimos para dar gloria a su nombre. Sin embargo, todos los días de nuevo nos rodea y nos fortalece su gran amor.
El profeta Isaías (Is. 53:4-6), decía que Cristo sufrió nuestros dolores, nuestras enfermedades, nuestros pecados y nuestro castigo. Todo esto sufrió no porque éramos buenos y dignos, sino más bien éramos rebeldes y sin entendimiento. Pero aun así lo hizo por amor. El mensaje del cristianismo es un mensaje de amor. El amor de Cristo nos mantiene humildes, nos llena de agradecimiento y nos llena de amor hacia los demás.
C. La experiencia de ser partícipe del Espíritu Santo.
El nuevo nacimiento es obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo mora en la vida de cada persona nacida de nuevo (Romanos 8:9; 1 Juan 3:24). El Espíritu Santo en nuestras vidas es el sello y la garantía de que somos hijos de Dios y herederos del reino celestial (Efesios 1:13-14). Si todos los creyentes están en comunión con el mismo Espíritu, esto necesariamente debe llevar a la unidad entre los hermanos. “La presencia del Espíritu Santo en cada creyente constituye la unidad interna de la iglesia”.
D. La experiencia de la misericordia de Dios.
Cada día experimentamos la misericordia de Dios. Él nos perdona, nos consuela, nos alienta, pone a nuestro lado personas que nos aman, provee para nuestras necesidades y mucho más. Ahora, si Él nos hace sentir su misericordia, espera de parte de nosotros que también mostremos la misma misericordia hacia los demás.
Si cada uno de nosotros tiene una actitud de compasión y misericordia vamos a ser sensibles hacia las necesidades de los demás y vamos a tratar de ministrarnos mutuamente. Y si vemos de esta manera esto, eso nos ayudará muchísimo a llevar una convivencia más armoniosa y pacífica.
II. El camino a la unidad (Fil. 2-4)
Ya que los hermanos de Filipos habían experimentado el consuelo, el amor y la misericordia de Dios en sus vidas, ¿Cuáles serían algunos pasos concretos que ellos podrían hacer para fomentar la unidad y armonía entre todos los hermanos?. Pablo ya había expresado su gratitud a Dios por los hermanos en Filipos y su gran amor hacia ellos. Ahora él manifiesta que su gozo va ser completo cuando vea mayor unidad y amor entre ellos. Entonces, para esto es necesario tomar algunos pasos:
A. Buscar la unanimidad – (Fil. 2:2)
La unidad que Pablo deseaba para los filipenses y que Dios desea que reine entre todos sus hijos no es una unidad exterior y superficial, sino mucho más profunda. No se refiere a hacer todas las mismas cosas o vestirse de la misma forma o hablar el mismo lenguaje evangélico o quizás orar de la misma forma. La verdadera unidad es mucho más profunda y se refiere a tener la misma mente. Si como cristianos pensáramos con la “mente de Cristo”, la unidad sería un hecho. Si nuestros pensamientos estuvieran constantemente dominados por el Espíritu Santo, también iba a haber unidad en los sentimientos, en el amor, en el espíritu y en el propósito.
B. Ser humildes – (Fil. 2:3)
Para vivir en armonía y unidad es necesaria la humildad. Una persona humilde no tiene un concepto más alto de sí del que realmente debe tener. Sabe cuáles son sus puntos fuertes y débiles y es capaz de valorar sinceramente las capacidades y talentos de los demás.
Aquí vemos que en contraste de la humildad, Pablo pone a la rivalidad y la vanagloria. La rivalidad siempre está unida a una ambición personal egoísta. Un rival trata de aplastar al otro y llegar él mismo a cierta posición de prestigio y poder.
La verdadera humildad se nota en el trato con los demás y en cómo uno considera a los demás en relación a si mismo. La persona humilde valora y aprecia sinceramente los dones y las capacidades de los demás. Si somos sinceros, sabemos que los otros hermanos tienen virtudes que nosotros no tenemos. Este hecho no nos debe llenar de celos y envidia, sino nos debe llevar a apreciar y a amarlos más y agradecer a Dios por ellos.
C. Buscar el bien por el otro – (Fil.2:4)
Nuestra tendencia natural es buscar en primer lugar nuestro propio provecho. En cualquier decisión que tomemos queremos preguntarnos: ¿qué provecho me va a traer? En relación a esto, el principio de buscar el provecho de los demás en vez de enfatizar tanto nuestro propio provecho es muy útil para una convivencia armónica de la iglesia, pero también dentro del hogar. Si buscamos el bien de los demás y ellos están contentos, esto también va a redundar para nuestra propia felicidad.
III. Jesús, ejemplo de humildad (Fil.2:5-11)
Jesús nos da un ejemplo de abnegación y humildad. Y si se ponen a pensarlo detenidamente parece muy curioso tomar como ejemplo de vida a una persona abnegada que no trataba de ser el centro de atención y de la fama y que no trataba de ganar las riquezas o poder aquí en la tierra, que más bien estaba dispuesto a sufrir y a morir por el bien de los demás.
A. Una actitud de renuncia y servicio (Fil.2:5-7)
Como seguidores de Cristo necesitamos tener la misma actitud, la misma manera de pensar y de sentir de nuestro Maestro. Algo que no debemos olvidar, es que Él renunció a sus propios derechos y a una vida cómoda aquí en la tierra y renunció hasta al derecho de morir dignamente. En vez de esto se entregó a una vida de servicio a los demás.
B. Una actitud de humildad y obediencia (Fil.2:8)
Jesús no se humilló solamente a la condición de un ser humano, sino de un hombre totalmente obediente a Dios. Jesús fue obediente hasta la muerte. Entonces, si la actitud de Jesús, siendo Dios y hombre a la vez, fue una actitud de total obediencia, cueste lo que cueste, esta también debería ser nuestra actitud.
La actitud que tiene Jesús es una actitud de renuncia, abnegación, humildad, servicio y obediencia y Pablo nos exhorta a que nosotros tengamos esta misma actitud. Al tener una actitud así tiene que retroceder todo orgullo, vanagloria y rivalidad, y sólo así podemos valorar, respetar y servir al prójimo. Ya no es más buscar fama, poder y reconocimiento de los demás, sino servir a los demás.
C. El premio: la exaltación (Fil.2:9-11)
Algo que debemos tener muy presente, es el hecho de que Jesús fue a la muerte y esa muerte ocasionada en la cruz no fue el fin de su historia. La cruz era la victoria; en la cruz Jesús venció a Satanás, venció a la muerte e hizo posible nuestra salvación. Y por su obediencia total y su gran sacrificio, Dios lo exaltó sobre todas las cosas.
Conclusión
El camino a la victoria y a la unidad en nuestra iglesia, es el camino que Jesús nos trazó: Una vida de renuncia, servicio, humildad y obediencia incondicional a Dios. Ya que como creyentes en Cristo hemos experimentado la ayuda y el consuelo del Espíritu Santo y el amor y la misericordia de Jesucristo, también debemos mostrar estas mismas cualidades a los demás y vivir en unidad y armonía. Luchando juntos podemos vencer al enemigo y vivir una vida de victoria.
Buenísimo articulo!