En el artículo anterior (7 Características de la generación Z) hemos compartido nuestra pregunta en cuestión: ¿Cómo captar la atención de esta nueva generación? Arrancamos haciendo una breve descripción de algunos aspectos esenciales de los nativos digitales, pero hoy queremos enfocar el aspecto bíblico-teológico, para saber qué dice la Biblia sobre el discipulado.
Significado del nombre y origen
La palabra proviene del griego μαθητής (mathetés) que significa literalmente: “aprendiz, alumno, discípulo”, del vocabulario μανθáνω (manthano), lo cual sería “aprender mediante las experiencias[1]”
El término del discipulado no fue iniciado por los cristianos, sino que más bien era una cuestión cotidiana de las escuelas filosóficas antiguas. Los maestros o líderes religiosos tenían sus seguidores, quienes iban enseñando o mentoreando. Jesús tuvo sus discípulos como cualquier otro maestro judío. Con diferencia en el valor que él dio a su relación con ellos[2].
Posiblemente en el A.T. no había esta imagen, pues en la conciencia de Israel solo Yhavé Dios es el maestro del pueblo (Dt. 4:10; 5:1). Los seguidores de los profetas eran llamados “servidores”. Por ejemplo: Josué de Moisés (Ex. 24:13; Nm. 11:25), Eliseo de Elías (1 R. 19:29), Guejazí de Eliseo (2 R. 4:12) y Baruc de Jeremías (Jer. 32:12). Solo en el judaísmo posterior se desarrolló, por influencia helenística, la institución de Rabbí, correspondiente al διδáσκαλος (didaskalos) en griego.[3]
En el mundo griego, ocurría que los filósofos estaban rodeados de sus alumnos. Dado que éstos a menudo adoptaban las enseñanzas características de sus maestros, la palabra llegó a adherirse a la concepción particular de una religión o filosofía[4]. El discipulado de Jesús partiría de ambas ideas. Pero, tal como se desarrollará, lo distintivo de aquellos ejemplos mencionado fue la implicación a nivel personal a sus discípulos.
El discipulado según los evangelios
En el Nuevo Testamento aparece μαθητής con frecuencia en los evangelios: 45 veces en Marcos; 71 en Mateo; 38 en Lucas y 78 en Juan. En los Hechos se usa 28 veces, entre ellas una en femenino: μαθητρια (mathetría), discípula (Hch. 9:36). Lo curioso es que después de estas menciones, ya no vuelve a encontrarse en los demás escritos del N.T.[5]
El primer contraste entre el concepto judío y la forma en que llevó a cabo Jesús es que fue él quien escogió a sus discípulos y no ellos al escoger la escuela para aprender. Él da la iniciativa y los llama a tomar compromiso incondicionalmente, del mismo modo en que Dios llamaba a los profetas para obedecer tal como eran instruidos (Mc. 1:17; Lc. 9:57-62).
El Nuevo Testamento relata sobre como Jesús se relacionaba con sus discípulos en su vida cotidiana, por medio de su andar diario, él iba enseñando no sólo de manera teórica, sino también en la convivencia. Era su mismo ejemplo de vida y el alto compromiso con ellos lo que hacía que permanecieran con él[6].
El discipulado en las cartas paulinas
Luego del libro de los Hechos, la palabra discípulo ya no vuelve aparecer en los demás escritos, siendo utilizado otros términos, tales como creyentes, santos, hermanos. En sus cartas, si bien Pablo no utiliza la palabra discipulado, él habla de éste como un crecimiento continuo y madurez del creyente; siguiendo la línea de Jesús, el discipulado no era solo un momento, sino un estilo de vida para siempre.
Si bien Pablo ya no tuvo doce discípulos en concreto como Jesús, sí tuvo varios hijos espirituales, y uno de ellos y el más conocido es Timoteo. Luego de haber sido reclutado por Pablo desde muy joven, 15 años más tarde ya no se refiere a él solo como un fiel compañero, sino como su hijo espiritual.
Ninguno de los otros acompañantes de Pablo es elogiado tan calurosamente por su lealtad (1 Cor. 16:20; Fil 2:19; 2 Tim 3:10). Resulta apropiado que, finalmente la carta fuese dirigida tan afectuosamente a este sucesor casi renuente, cuyas debilidades son tan evidentes como sus virtudes.
Timoteo era el fruto de su trabajo, humanamente hablando, y solo a él y Tito se les da el título de “verdaderos hijos de la fe”. Ellos fueron verdaderamente importantes para la vida de Pablo, pero Timoteo lo fue de una manera especial, Pablo expresa en Fil. 2:19-22 “que esperaba enviarle a él para tener buen ánimo.
En 1 Cor. 4: 17 dice: “Por esto mismo he enviado a Timoteo, que es mi hijo amado y fiel en el Señor”. Él era el reflejo de Pablo, quien continuaría la obra. Las cartas a Timoteo eran dirigidas de un ministro a otro, de un mentor a su mejor discípulo, de un padre a un hijo.
Conclusión
Con esta descripción bíblica-teológica podemos llegar a 3 conclusiones por el momento, hasta que hablemos de las aplicaciones prácticas en el siguiente artículo: Lo primero sería que el discipulado implica una relación personal, no se trata de mera transmisión de información, sino algo más profundo y relacional. Lo segundo sería que se requiere de un aprendiz, y aunque esto parezca obvio, nos referimos a que la persona a ser “discipulado” esté abierta a crecer, aprender e ir caminando a lado del discipulador. Y tercero sería que no hay una edad, forma o mecanismo perfecto. Puede variar mucho de la situación, las personas y un montón de factores. En el siguiente artículo de esta serie hablaremos más en profundidad sobre cómo llegar a guiarles en concreto, pero por el momento llegamos hasta acá.
[1] (Ropero, 2013, pág. 649).
[2] (Ortiz, Gulick, & Muniellos, 2008, pág. 70)
[3] (Marshall, 2003, pág. 369; Ropero, 2013, pág. 650)
[4] (Marshall, 2003, pág. 369).
[5] (Ropero, 2013, pág. 649).
[6] (Ortiz, Gulick, & Muniellos, 2008, pág. 71)