IMAGO DEI

La Imagen de Dios: El llamado y propósito divino para la humanidad en su relación con el Creador, el prójimo y la creación, por Lic. Leroy Toews

En el sexto y último día de la creación, Dios anuncia ante la corte celestial sus planes de coronar su obra maestra del cosmos con una creatura distintiva y especial: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Gen. 1:26). Los términos utilizados aquí – “imagen” (tselem) y “semejanza” (demuth) – son sinónimos. El primero es un sustantivo concreto (objeto físico tallado, representación gráfica) mientras que el segundo es uno abstracto (similitud, semblanza). Ambos vocablos aparecen juntos para enfatizar la idea de que “el hombre es lo más parecido a Dios que hay en la tierra” (Ropero Berzosa, 2013, p. 1225).

 

A. Significado del Imago Dei

En este punto, cabe preguntarnos: ¿En qué consiste el imago Dei? A lo largo de la historia, este concepto de la antropología bíblica se ha entendido de tres maneras diferentes, pero complementarias:

(Wenham, 1987, pp. 29-32)

El ser humano a imagen de Dios es, primaria y constitutivamente, relación con el Creador en su función existencial como regidor de la creación. He ahí el fundamento de su dignidad, identidad y propósito. Como “hombre” (adam) formado del “suelo” (adamah), el ser humano “debe fidelidad a la condición mundana en la que está arraigado”; y, a la vez, como “ser viviente” (nefesh) que ha recibido el “aliento” (neshamah) de la boca de Yahveh, “debe acatamiento al Dios de quien depende absolutamente”  (Ruiz de la Peña, 1988, pp. 31-32).

 

B. Implicancias del Imago Dei

Al hablar de la imagen de Dios, es posible describir las implicancias de esta vocación regia en términos de las relaciones que el ser humano es llamado a cultivar con Dios, con los demás y con el orden creado:

 

  1. El ser humano adora y sirve a su superior: el Creador.

Lo que distingue al hombre de otras creaturas es la relación dialogal y obediencial que tiene con Dios, su Creador y Señor (Lona, 2008, p. 16). Esto ya se observa en el Edén. Allí Yahveh, por un lado, dirige su Palabra al hombre, confiriéndole tareas de responsabilidad (Gen. 2:15-17) y poder de decisión sobre la creación (Gen. 2:18-23). El hombre, por el otro lado, responde fielmente a la Palabra de Dios nombrando a los animales (Gen. 2:19s.) y celebrando la aparición de Eva (Gen. 2:23). (Wolff, 1975, p. 216)

La finalidad del imago Dei es el gobierno creacional (Gen. 1:26ss.). El Señor ha puesto la obra de sus manos a cargo de la humanidad para que la desarrolle y cuide:

El hombre tiene que vérselas siempre con las creaturas de Dios. Cuando el hombre se relaciona con las cosas del mundo, sea por su trabajo, en la comida o con ocasión de los descubrimientos, tal relación llega a ser siempre con Dios que es su creador y quien le ha confiado las cosas. Por tanto, la analogía implicada en la expresión “imagen de Dios” consiste asimismo en que el hombre se las tiene que ver en el mundo con las mismas cosas que Dios ha hecho. (Wolff, 1975, p. 216)

La relación de cercanía y afinidad existente entre Dios y el ser humano consiste entonces en la delegación de señorío. Los reyes del antiguo Oriente solían levantar estatuas de sí mismos para proclamar su dominio sobre un territorio dado (Ej. Nabucodonosor, Ramsés II). Del mismo modo, el hombre ha sido puesto en la tierra para proclamar la soberanía de Dios como vicegobernante suyo. (Wolff, 1975, p. 217) Este encargo divino, sin embargo, no puede ser interpretado como un señorío arbitrario o una supremacía caprichosa. “Es un poder delegado, puesto al servicio del orden de la creación, no un poder autónomo y despótico capaz de destruir lo creado en nombre de la propia autoridad” (Lona, 2008, p. 37). Dios sigue siendo el señor legítimo del mundo y la humanidad tendrá que rendir cuentas ante él sobre su mayordomía.

 

  1. El ser humano honra y ama a su semejante: el prójimo.

            Cada hombre y mujer, sea cual fuese su raza o posición social, es portador de la imagen divina. Esto significa que el dominio del mundo ha sido confiado a toda la comunidad humana. Cada persona es enviada a este mundo como representante de Dios para continuar con la obra de la creación (“llenen la tierra y sométanla”) (Fernández González, 2016, p. 35). Además, el hecho de que Dios comparta el poder con sus vice-regentes terrenales da la pauta de que el gobierno creacional debe ser participativo y solidario. Por tanto, el desarrollo cultural de la tierra ha de llevarse a cabo por medio del trabajo cooperativo.

La universalización antropológica del imago Dei tiene además implicancias políticas para la vida social de los hombres. En primer lugar, hay allí un énfasis humanista: cada vida humana es profundamente valiosa y significativa. Por tanto, la sociedad debe velar por el derecho de todos, especialmente el de los miembros más vulnerables y marginados de la sociedad (“viudas, huérfanos y extranjeros”). En segundo lugar, hay allí un énfasis democrático: todos los seres humanos participan del gobierno y cuidado de la tierra. Por tanto, el ethos de la sociedad debe ser igualitario. (Provan, 2014, p. 94)

 

  1. El ser humano gobierna y cuida a su inferior: la creación.

El objeto de dominio por parte del representante de Dios es la naturaleza (Gen. 1:28; Sal. 8). El mundo es el espacio vital que el ser humano debe configurar. Este llamado sagrado a la mayordomía tiene dos aspectos: uno objetivo y otro subjetivo. El aspecto objetivo consiste en la tarea de la cultura: Cría de animales (Sal. 8:5-8), cultivo de la tierra (Sal. 104:14-15; Is. 28:23-29), construcción civil (Prov. 24:3-4; cf. 3:19-20), artesanía (Ex. 31:2-5), civilización (Prov. 8:15-16), entre otros. El ser humano manifiesta la presencia y el poder de Dios ante la creación mediante el desarrollo cultural de la tierra. El aspecto subjetivo, sin embargo, se refiere al deber existencial del hombre de enfrentar a los problemas de la vida. El ser humano tiene que intentar dominar las crisis que le vengan encima (ej. inundaciones, sequías, plagas, enfermedades). (Wolff, 1975, p. 221)

Es importante señalar que el señorío humano está sujeto a ciertos límites. Primero, el dominio del mundo no debe llevar a poner en peligro a la humanidad (Ej. destrucción del medio ambiente). Segundo, el sometimiento de la tierra no debe llevar a subyugar al hombre (Ej. explotación). (Wolff, 1975, p. 222) Una mayordomía responsable que conduzca a la construcción de comunidades estables y productivas debe buscar tanto el desarrollo sostenible como el bienestar social. Esto se puede lograr manteniendo una tensión dinámica entre los dos verbos utilizados en el mandato divino: “cultivar” y “cuidar” (Gen. 2:15). Por un lado, el desarrollo de la tierra (“cultivo”) trae progreso económico; por el otro, la preservación de los recursos naturales (“cuidado”) trae conservación ambiental. (Miller, 2001, p. 218)

El modelo de gobierno lo da Dios mismo, a quien el hombre como imagen representa. En Génesis vemos cómo Dios bendice a los animales y humanos con fertilidad (1:22, 28) y les provee para su sustento (1:29-30). Es más, el Salmo 104 nos describe cómo cuida generosamente de sus creaturas, proveyendo alimentos y agua para plantas, animales y humanos. Así pues, el uso del poder por parte de los hombres, si ha de reflejar verdaderamente al Dios bíblico, será pacífico y traerá desarrollo, realzando y celebrando la bondad de la creación. El poder es para servir y bendecir a los demás. (Middleton, 2014, p. 51)

 

C. Meta del Imago Dei

El Nuevo Testamento presenta a Cristo como “la imagen del Dios invisible” (Col. 1:15; cf. 2ª Cor. 4:4). Él es el hombre perfecto, el ejemplar arquetípico del imago Dei. Dado que Cristo es el fin de toda la creación, el propósito de la redención es la total conformación del pueblo de Dios a la imagen del Hijo. Es por eso que se llama a todo creyente a revestirse de la “nueva naturaleza que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador” (Col. 3:10; cf. 2ª Cor. 4:1-6, Ef. 4:24). Esta transformación se lleva a cabo tanto “desde arriba” – por medio de la obra del Espíritu Santo (2ª Cor. 3:18) – como “desde abajo” –  mediante la imitación de Cristo (Fil. 2:5-11). La semejanza completa con Cristo, sin embargo, recién será alcanzada en el día final de la resurrección  (1ª Cor. 15:49; 1ª Jn. 3:2). (Hoekema, 2005, pp. 37-52)

 

 

Bibliografía

Fernández González, J. (2016). Historia de la Antropología Cristiana: de la antropología cultural a la teología fundamental. Viladecavalls: Clie.

Hoekema, A. (2005). Creados a imagen de Dios. Grand Rapids: Libros Desafío.

Lona, H. (2008). ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él? Buenos Aires: Claretiana.

Middleton, R. (2014). A New Heaven and a New Earth: Reclaiming Biblical Eschatology. Grand Rapids: Baker Academic.

Miller, D. (2001). Discipulando naciones: el poder de la verdad para transformar culturas. Scottsdale: Food for the Hungry International.

Provan, I. (2014). Seriously Dangerous Religion. Waco: Baylor University Press.

Ropero Berzosa, A. (2013). Gran diccionario enciclopédico de la Biblia. Barcelona: Clie.

Ruiz de la Peña, J. L. (1988). Imagen de Dios: Antropología teológica fundamental. Maliaño: Sal Terrae.

Wenham, G. J. (1987). Genesis 1-15. Grand Rapids: Zondervan.

Wolff, H. W. (1975). Antropología del Antiguo Testamento. Salamanca: Sigueme.

 

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