Palabras claves: Hechos, Espíritu Santo, persecución, iglesia.
Una consecuencia directa de la persecución general de los creyentes helenistas de la iglesia primitiva era su huida hacia Antioquía en Siria (Hch 11:19). Esta ciudad y la iglesia que se fundó ahí se convirtió en el centro del movimiento misionero que con el tiempo alcanzó a todo el imperio romano.
Muy acertadamente, González lo resume y comenta como sigue: Hasta aquí la atención del narrador se ha centrado sobre Jerusalén. En el episodio de Esteban se ha presentado un nuevo liderato, no ya ´hebreo´, sino helenista. Ahora se va a hablar de cómo esa iglesia helenista llevó el mensaje más allá de los límites de Jerusalén y hasta de Palestina (y cómo Pedro, en el episodio de Cornelio, mostró estar de acuerdo). En la próxima sección, el centro de interés pasará a Antioquía, donde permanecerá por todo el resto del libro (González, 2000, pág. 171).
Antioquía, una ciudad ubicada junto al río Orontes, era la capital de la provincia romana de Siria y después de Roma y Alejandría la ciudad más grande del imperio con alrededor de quinientos mil habitantes. Aquí residían una gran cantidad de judíos y esto en una relación muy abierta hacia los habitantes de otros trasfondos culturales. González habla de un “gran intercambio de ideas, culturas, costumbres y religiones” (González, 2000, pág. 219).
Cuando los creyentes perseguidos llegaron a Antioquía ellos comenzaron a evangelizar en las sinagogas de los judíos helenistas. Pero muy pronto extendieron su misión hacia los helenistas no judíos, entre los cuales muy probablemente eran también muchos politeístas. De esta manera se formó en éste nuevo contexto una iglesia urbana, multicultural y creciente (Hch 11:19-21). Es aquí en Antioquía donde los convertidos por primera vez recibieron el nombre de “cristianos” (Hch 11:26). Schnabel sostiene, que esta observación de Lucas indica el surgimiento de una nueva identidad con un perfil que se difiere de los habitantes judíos y paganos en la ciudad (Schnabel, 2002, pág. 770 y 774).
Pero todo esto no significaba que la nueva iglesia en Antioquía tomaba distancia de la iglesia primitiva en Jerusalén. Muy al contrario. Como Lucas describe en Hch 11:22-24, la iglesia de Jerusalén envió a su representante Bernabé a Antioquía para acompañar y estabilizar la nueva obra. Bernabé, cuyo primer nombre era José y cuyo origen era una familia de levitas (Hch 4:36-37), pertenece sin lugar a duda al grupo arameo de la iglesia primitiva. Su perfil parece ser el de un mediador, ya que hizo después de la conversión de Saulo todo el esfuerzo a integrarle en el grupo de líderes (Hch 9:27). Y Bernabé era también él que vio en Pablo un perfil ideal para estabilizar la nueva obra en Antioquía (Hch 11:25-26).
Alrededor de 10 o más años antes, Saulo, con el nombre griego Pablo, se había convertido de perseguidor de la iglesia a un discípulo fiel de Jesús. Su trasfondo y perfil era ideal para formar parte del equipo de liderazgo en la nueva iglesia de Antioquía. Tenía una ciudadanía romana, pero también una formación teológica seria y profunda dentro del judaísmo radical y conservador. Pertenecía al grupo de los fariseos antes de su conversión, la cual transformó su cosmovisión legalista. Desarrolló su pasión de predicar el evangelio de la gracia incondicional. Su capacidad de comunicarse con judíos y también con paganos helenistas había desarrollado en su ciudad natal de Tarso. Su lengua materna muy probablemente era el griego. Pero como estudiante de Gamaliel hablaba también el hebreo y arameo (Schnabel, 2002, pág. 890).
De esta manera se formó en la iglesia de Antioquía un equipo de liderazgo que se componía de un judío hebreo convertido (Bernabé), de un judío helenista convertido (Pablo) y de por lo menos tres personas más, que se menciona en Hechos 13:1. Se menciona a Simeón con el apodo el Negro, lo que puede indicar un trasfondo africano. Además, se habla de Lucio de Cirene, que por su nombre podría ser de trasfondo cultural romano. También se menciona a Manaén, que se había criado con Herodes, es decir conocía de propia experiencia la cultura romana (Schnabel, 2002, pág. 642s; Bruce, 1998, pág. 289s).
Este grupo con trasfondos y experiencias muy diversas, pero unidos en la visión de proclamar y extender el reino de Dios, recibió la indicación del Espíritu Santo, de cruzar más barreras culturales para evangelizar a personas de todo el imperio romano (Hch 13:2). Era el equipo apropiado en un contexto culturalmente abierto para moverse a cruzar fronteras con el evangelio de Cristo.