Lucas ha colocado la historia de Pentecostés (Hch. 2:1-13) en un punto clave de su narrativa. El Cristo resucitado acababa de ascender al cielo y los discípulos habían regresado a Jerusalén para esperar la promesa del Espíritu Santo. De pronto, el gran día llegó: El Espíritu Santo se derramó sobre todos los seguidores de Jesús. Un sonido como el de una violenta ráfaga de viento vino del cielo, lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de los discípulos y todos ellos fueron llenos del Espíritu y comenzaron a hablar en otras lenguas. Los “últimos días” habían empezado.
En este punto cabe preguntarse: ¿Por qué el derramamiento del Espíritu en Pentecostés estuvo señalizado por los fenómenos de viento, fuego y lenguas? Teniendo en cuenta el trasfondo histórico y cultural del Festival de Pentecostés, se puede argumentar que las señales que acompañaron al derramamiento del Espíritu aluden al episodio histórico de la entrega de la Ley a Moisés en el Monte Sinaí. En tal caso, el evento de Pentecostés puede interpretarse como la inauguración de una nueva comunidad pactal.