«Y todo el que tiene esta esperanza puesta en él, se purifica, así como él es puro» (1 Juan 3:3. BLA)
Para el apóstol Juan, muchas cosas nos purifican, como: la Palabra (Jn 15:3), la sangre de Cristo (1 Jn. 1:7), la confesión (1 Jn. 1:9) y la esperanza (1 Jn. 3:3). Esta palabra aparece más de 50 veces en el NT; pero, en todos los escritos de Juan, únicamente aparece aquí. En el AT Dios es la esperanza del hombre por sus promesas y los cuatros términos que tratan acerca de la esperanza tienen que ver con cómo se espera el futuro (ya sea con tensión, paciencia, atención o perseverancia) .
En el NT con la venida de Cristo cambia totalmente la situación de espera. Lo que en el AT era futuro, ahora es presente en Cristo; y comprende: ser salvos, llegar a ser hijo de Dios, la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, el formar parte de la familia de Dios. Esta nueva realidad en Cristo se reconoce mediante la fe por la que, el ahora también es todavía no y el tener y estar en Cristo le sigue también el esperarlo y aguardarlo. También la esperanza en el NT se caracteriza por: estar orientada a Cristo y no al ego, por apoyarse en la gracia de Dios en Cristo (1 Ti 1:1; Col 1:27), por ser a su vez un don (2 Ts 2:16; Col 1:23; Ro 15:23) y por formar parte de la tríada inseparable de fe y amor (1 Ts 1:3; 1 Co 13:13) .
¿De qué cosa nos purifica y hasta dónde podemos ser purificados, si se puede medir el nivel o tope de pureza? La respuesta está en la expresión que sigue: «así como él es puro» Es decir, así como Cristo es puro. No que se está purificando, se purificó o se va a purificar; Cristo siempre fue puro, nunca dejó de serlo. Cristo es la medida, el límite, la meta. De modo que, el que tiene esta esperanza se purifica. No dice “se va a purificar” como si fuera una promesa, tampoco dice que “se debe purificar” como si fuera un mandato, menos que “podría purificarse” como si fuera una posibilidad. Dice que “se purifica”. Habla de un hecho, una realidad. Y hemos de recordar que el texto dice “se purifica” lo cual implica que es un proceso, no algo consumado, acabado, sino algo que se está dando, día tras día, de manera gradual y progresiva. Esta esperanza purifica porque el fundamento es puro; de modo que la pureza tiene que ver con la semejanza a Cristo.
¿De qué tipo de esperanza nos habla Juan y por qué nos habla de esperanza? Tanto en el capítulo 2 como en el 4, el apóstol habla del anticristo y del amor. En el capítulo 3 comienza llamándonos la atención en el hecho de que somos hijos de Dios, y que nos caracteriza el amor y la justicia; en contraste con la práctica del pecado y la injusticia que caracterizan a los hijos del diablo. También le preocupa la relación amistosa (2:15-17) o la influencia perniciosa (5:1-3) del mundo para con nosotros. Y es, en este contexto, que Juan nos habla de una esperanza en cuanto a la venida de Cristo (2:28-3:3)
Esta esperanza que purifica, como toda esperanza, es futura porque se espera. Tiene que ver con el fin, es viva o cristocéntrica porque se espera a Cristo. Tiene que ver con Cristo. Es experiencial, activa, práctica; porque, por un lado somos hijos de Dios, al haber nacido de nuevo, pero aun no somos todo lo que deberíamos ser en Cristo. Esa tensión, entre el ya y todavía no, que ya se experimenta, pero no a plenitud, nos recuerda, nos hace sentir, que lo mejor está por venir, y nos cuidamos en perseverar, permanecer en Cristo.
En las Escrituras el futuro determina el presente, un futuro de la cual ya formamos parte, cuando le entregamos nuestras vidas a Cristo. Alguien había dicho que la pureza de corazón consiste en querer una sola cosa: el bien; y cuánta razón tenía, porque no hay bien mayor que conocer y estar para siempre jamás con Cristo. El que desea esto, siempre se purificará a sí mismo.
Referencias:
Wolff, H. W. (2001). Antropología del Antiguo Testamento (3 ed.). (S. Talavero Tovar, Trad.) Salamanca, España: Sígueme. Pág. 204.
Hoffmann, E. (1990). Esperanza. En L. Coenen, E. Beyreuther, & H. Bietenhard (Edits.), Diccionario Teológico del Nuevo Testamento (3 ed., Vol. 2, págs. 129-134). Salamanca, España: Sígueme. Pags. 132-133.