Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle (Mateo 2:1-2)
Jesús había nacido en un pueblito llamado Belén a unos 8 Km al sur de Jerusalén. No sabemos quiénes eran, ni cuántos eran, ni de dónde eran estos magos; pero por sus acciones podemos saber que eran personas extraordinarias. No sabemos cómo por medio de una estrella interpretaron el nacimiento del Rey de los judíos. Solo sabemos que eso fue suficiente para dejarse guiar y emprender un viaje muy probablemente largo, costoso y peligroso, con el único fin de adorar al Rey que había nacido.
La adoración de los magos nos recuerda que no solo hemos de saber y sentir, sino también obrar. Que no solo hemos de conformarnos con lo que sabemos y sentimos, sino que hemos de movernos y quien sabe, solo así tal vez, profundizar nuestra comprensión y afectos para con nuestro Rey. Pero sobre todo, la adoración de los magos nos recuerda hasta qué punto la mente y el corazón y la voluntad han de estar comprometidos para una genuina adoración. Pues al fin y al cabo de eso se trata una adoración: la totalidad de una persona centrada en otra. Y solo el Hijo de Dios que se hizo hombre para que los hombres pudieran ser hijos Dios merece toda nuestra adoración.
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Escrito por: Lic. Ricardo Molas